El ruido antropogénico, producido por la actividad humana, genera efectos en las especies marinas, tema que investiga el académico de la UCSC, Dr. Iván Hinojosa.
Los sonidos marinos viajan 4,5 veces más rápido en el agua que en el aire y mucha fauna subacuática utiliza esos sonidos para comunicarse y percibir su entorno. Escuchar sonidos bajo del mar es una experiencia única y el académico de la Facultad de Ciencias de la UCSC, Dr. Iván Hinojosa, está estudiando el efecto que tiene la contaminación acústica submarina, generada por los humanos, sobre distintas especies.
“Al hablar de contaminación submarina rápidamente pensamos en plásticos, u otros derivados del petróleo, pero hay que considerar también el ruido. Toda actividad humana genera ruidos, y dependiendo de las intensidades de estos, se podría considerar o no como contaminación acústica. Pero qué ruidos estamos emitiendo bajo el mar y cómo afecta a las especies, es algo que recién se está investigado en otras partes del mundo, y acá todavía no lo conocemos en detalle”, explicó el investigador de la UCSC.
Se trata del ruido antropogénico, producido por la actividad humana, algo que conoce bien el Dr. Hinojosa. “El principal ruido antropogénico es producido por las embarcaciones. Durante los últimos 30 años las embarcaciones de gran tonelaje se han triplicado, con alto flujo en los puertos, además de infraestructura que se construye en el borde costero, que, junto con los motores y las hélices, producen ruidos que se están incorporando al mundo marino, con niveles que recién se está tratando de entender si tienen efectos sobre la fauna”, detalló.
Por eso la relevancia de proteger lo que se conoce como “paisaje sonoro”: “hay distintos ambientes debajo del agua. Un lugar lleno de algas, un fondo de arena, un fondo de roca con erizos. Hay distintos hábitats y cada uno de estos hábitats tiene una señal sonora particular, que se llama paisaje sonoro, que va a depender de las especies que los habita. Los invertebrados se comunican entre ellos, hay peces, hay ruidos que se producen por la actividad de la fauna”, afirmó el Dr. Hinojosa.
Impacto en los proyectos
Esta preocupación ha llevado al académico de la UCSC a desarrollar distintas investigaciones e iniciativas relacionadas con la contaminación submarina y la protección del paisaje sonoro. La inquietud comenzó al momento de cuestionarse si las larvas de langosta eran capaces de detectar los paisajes sonoros subacuáticos.
“Efectivamente, encontramos que sí. Revisando literatura, hay muchas especies que utilizan el paisaje sonoro para orientarse y dirigirse de un lugar hacia otro. Como humanos, cuando hacemos ruidos perturbamos ese paisaje, pudiendo generar impactos sobre el reclutamiento de algunas especies”, advirtió el Dr. Iván Hinojosa.
Así, junto a la Dra. Susannah Buchan, investigadora del Copas Coastal de la Universidad de Concepción, y el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) en conjunto con el Ministerio del Medio Ambiente, trabajaron en la elaboración de la guía “Criterio de evaluación en el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA): predicción y evaluación de impactos por ruido submarino”, donde se entrega el detalle de los antecedentes e información necesaria sobre evaluación de impactos por ruido submarino que deben presentar los proyectos que se instalen en la costa.
Proteger el paisaje sonoro
Equipado con hidrófonos, instrumento capaz de detectar señales acústicas que se transmiten bajo el agua, el Dr. Iván Hinojosa está registrando el paisaje sonoro de diversos lugares de la costa de Chile y de las islas oceánicas, buscando sonidos y detectando diferencias que podrían ser percibidas por las diferentes especies marinas (ver aquí).
En sus grabaciones, se distinguen paisajes sonoros muy contrastantes, desde una ballena jorobada en la Isla de Pascua hasta los ruidos generados por una salmonera en plena operación al sur de Puerto Montt.
“Los paisajes sonoros sin la componente humana normalmente tienen una intensidad de 90 a 100 decibeles, pero cuando aparecen los ruidos antropogénicos, estos pueden llegar a intensidades de hasta 150 decibeles, es decir, el ruido aumenta en más de 50 decibeles, lo cual es mucho. Por ejemplo, en el aire 90 decibeles lo genera el tráfico de vehículos de una avenida sin bocinas, y 150 decibeles los genera el despegue de un avión. Bajo las salmoneras, detectamos, en un muestreo de seis días, que el 75% del tiempo hay ruidos antropogénicos, de los cuales en un 30% de estos los niveles fueron superiores a los 140 decibles”, señaló.
Esta preocupación llevó al Dr. Iván Hinojosa a indagar sobre cómo el ruido afecta a las especies marinas, en particular, conocer si había efectos en la conducta de apareamiento y consumo de oxígeno en el camarón, y determinar si el ruido produce un aumento en la tasa metabólica, como resultado del estrés sometido por la acción humana.
“Encontramos que los machos de los camarones de roca son capaces de percibir el ruido, se retraen y comienza respirar más pausadamente. Al ver el sistema de apareamiento identificamos un cambio de conductas, donde el camarón macho dominante se retrae, momento que es aprovechado por otros machos que lo tomaban como oportunidad de apareamiento. Entonces sí, el ruido genera cambios conductuales, y en este caso lo pudimos medir”, afirmó el académico de la UCSC.
Para el investigador, el desafío es proteger el paisaje sonoro, logrando que las industrias y los proyectos definan las áreas de afectación y reduzcan los impactos a nivel de ruido.